La historia de Vicenta, la churrera de El Pardo

Una vez más, el pardeño Manolo Martínez Turégano ha confiado en ElPardo.net para hablarnos de los recuerdos que tiene de nuestro barrio y de las personas que un día escribieron su historia. Hoy, nos habla de Vicenta Colina Adradas, una «gran mujer» a la que muchos rememoran por su generosidad y humildad

Vicenta Colina Adradas nació en el año 1900 y tenía dos hermanos; María, la mayor, y Antonio, el mediano. Sus padres tenían una huerta en Mingorrubio, al este del río Manzanares.

Con sólo 13 años empezó a trabajar con su madre (nacida en 1869) vendiendo tabaco, cerillas, pipas, caramelos y bollos en el Regimiento de Transmisiones. Cuando falleció, el 20 de enero de 1953 con 84 años, Vicenta continuó con la labor que había desarrollado su progenitora toda su vida.

Sólo cinco meses y medio después, el domingo 5 de julio de 1953, murió su hermana mayor de una forma trágica. Aquel día, cuando estaba cuidando las vacas de su familia, se refugió de una tormenta bajo una encina, y le impactó un rayo muriendo en el acto. A pesar de haber pasado 70 años de la tragedia, muchos pardeños recuerdan ese día.

La familia Colina Adradas tenía cinco vacas lecheras y vivía en una finca, arrendada a Patrimonio Nacional por la madre (también llamada Vicenta). En los años 40, pagaba por ella y la cuadra 25 pesetas (0,15€) al mes de renta.

Después de las dos pérdidas, Vicenta y Antonio vivieron juntos. Ninguno de los dos se casó, aunque la mujer tuvo un novio, que falleció.

Ambos eran churreros. En los primeros tiempos, vendieron churros y porras en el lugar donde, actualmente, se encuentra el pasadizo en el que estaba la tienda del señor Matías Crespo.  Enfrente, se colocaba Ricardo García Martín ‘El cojo’, junto a sus dos hijos, también ofreciendo estos productos. Más tarde, Vicenta y su hermano se trasladaron a la plaza de El Pardo, donde ahora se encuentra la terraza del restaurante Tío Antonio. Los churros y las porras los servían en juncos, que Antonio recogía en el Arroyo de la Nava.

Recuerdo que él era muy bromista y cariñoso con los niños. Nos colocaba en fila, cerca de donde trabajaba, y nos hacía creer que nos apuntaba en una lista de juveniles para jugar en el Real Madrid. Muchos le recordaréis con su cuaderno y lápiz. Por aquel entonces, yo tenía ocho años. Era 1959.

Antonio falleció el 27 de febrero de 1964 y, desde entonces, Vicenta vivió sola. Me viene a la memoria su tono dulce y pausado, y sus mejillas sonrosadas. Era una mujer que se emocionaba fácilmente, sobre todo, cuando los soldados licenciados se despedían de ella después de haber estado 12 meses en el Regimiento de Transmisiones. ¡Cuántas lágrimas derramó durante los 74 años que estuvo allí! Para ella, eran como los hijos que nunca tuvo.

Vicenta, vendiendo tabaco, cerillas, pipas, caramelos y bollos en el Regimiento de Transmisiones de El Pardo.

Muchos la recordamos con sus zapatillas anchas de fieltro y los calcetines, que asomaban por debajo de su bata azul. También, con su bufanda para protegerse del frío. La veíamos por la carretera yendo y viniendo del Regimiento. Con la ayuda de una cuerda, tiraba de su carro, hecho a partir de un palé de madera. Tenía un eje delante y otro detrás, y las ruedas de rodamientos hacían que se oyera a larga distancia. Los últimos años, los soldados paraban a los coches, a la entrada y salida del cuartel, para que Vicenta tuviera preferencia.

En 1965, la churrera tuvo un percance con un venado, que había sido criado por los soldados y andaba suelto por los alrededores del cuartel. Tenía unos cuernos enormes. La corneó, pudiendo haberla matado, pero sólo quedó herida. Sus vecinos, Miguel Castilla y su mujer Pepita, la cuidaron junto a su hermano Antonio durante toda su vida. Les querían como si fueran de su propia familia. Desde aquí, les agradezco todo lo que hicieron por ellos, aunque ya no se encuentren con nosotros.

Recuerdo la humidad con la que vivían. Seguro que en El Pardo había casas que se parecían un poco a la de Vicenta y Antonio.

El miércoles 9 de mayo de 1984, en el cuartel El Rey de la Guardia Real, la duquesa de Calabria, en nombre de la Asociación Española Contra el Cáncer, le concedió la medalla que esta entidad otorga a las personas que prestan servicios a favor de la misma durante más de 20 años. Es una suerte que le fuera concedida en vida, así, pudo disfrutarla y sentirse correspondida.

Además de donar para la lucha contra el cáncer, la churrera también lo hacía para los Hermanos de San Juan de Dios. “Si ya no tengo a nadie y hay muchas personas que lo necesitan, ¿para qué quiero yo el dinero?”, decía la señora Vicenta.

Su rutina era ir cada día al cuartel porque, como ella comentaba, allí la necesitaban y, el día que faltara, nadie la sustituiría y los soldados tendrían que ir a comprar a la cantina. Y así fue. El sábado 19 de diciembre de 1987, Vicenta falleció y nadie la remplazó.

Ahora la recordamos como una de las más grandes de El Pardo por todo lo que sabemos de ella.

Muchas gracias Vicenta por todo lo que hiciste en silencio, como lo hacen las grandes personas. Tú fuiste una de ellas. Los pardeños te seguiremos queriendo y recordando siempre.

Encina donde falleció María, la hermana de Vicenta. Se encuentra detrás del campo de fútbol de Mingorrubio.

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