El Pardo, el «cielo terrestre» de Alfonso Zufía Erice, 94 años

A mediados de los años 40 comenzaron a llegar a El Pardo muchos militares para incorporarse a la Casa Militar de Franco. Algunos de estos hombres llegaron con sus familias y otros vieron aquí el mejor lugar para formarla. Alfonso Zufía Erice fue uno de ellos. Cuando llegó en 1946 lo que le unió al entonces pueblo de El Pardo fue su trabajo. Hoy, 66 años después, ni un cheque en blanco le saca de un barrio que ha visto nacer a sus siete hijos y crecer a sus 35 nietos y 38 biznietos.

Lo del cheque en blanco no son simples palabras. A Alfonso Zufía le ofrecieron uno hace unos años por su casa y se negó en rotundo a aceptarlo. “En El Pardo he encontrado el cielo terrestre y de aquí no me mueve nadie”, dice convencido. Pero no es algo que piense ahora. Zufía Erice lo sabía en el mismo momento que pisó su casa pardeña, a pesar de que amistades y familiares le animaron a trasladarse a Madrid. “Yo soy de Bilbao capital y mi mujer de Madrid. El Pardo por aquel entonces era un pueblo y pensaban que no nos adaptaríamos. Pero mi primera impresión fue fabulosa y no nos fuimos”, recuerda.

Alfonso Zufía Erice ha cumplido 94 años y durante casi siete décadas ha grabado en sus retinas cada uno de los cambios que ha experimentado El Pardo. Sólo sus lentos pasos y vista cansada delatan su edad. Su cabeza no encuentra obstáculos para volver a los años 40 y recordar la construcción de su casa, la de la Iglesia, la apertura de la carretera que lleva a  Mingorrubio o la remodelación de la plaza. Tampoco se olvida del camión del Patrimonio Nacional repleto de conejos que se vendían a los vecinos, ni de la preciosa cocina de la señora María llena de utensilios de cobre, ni mucho menos de la señora Benancia ‘La pipera’. “Cuando yo vine eran todo casas viejas, corrales, carros, patios… había una vaquería y el ayuntamiento estaba en la plaza. Sí existía la Casa Infantes y había un puente antiguo que se cruzaba para ir al Cristo. Poco antes habían asesinado a muchísimos frailes (medio convento). Todos estaban enterrados en el cementerio y la gente iba a rezar allí”, rememora Zufía.

A pie desde Madrid

Cuando llegó a El Pardo, Alfonso Zufía era teniente, luego fue capitán, comandante y teniente coronel. Como oficial, solicitó una casa en el Paseo de El Pardo y se la concedieron. “Creo que fui el primero en ocupar una de las 25 que hay en el paseo. Por aquel entonces, nadie quería vivir ahí y algunos se marcharon en seguida. Es gracioso”, dice. Sus idas y venidas a la plaza eran una constante. A este hombre le encantaba degustar las salchichas que allí vendía el carnicero y los dulces de La Marquesita. “Ambos establecimientos eran visitados por mucha gente de Madrid, incluso por famosos. Yo allí he visto a Tip y Coll y a Dalí”, recuerda Zufía Erice. Estas personas seguro que no venían a El Pardo andando, pero sí lo hacían muchos madrileños, como nos cuenta. “Ha venido mucha gente a pie, además, por una carretera que era más larga porque subía por un montículo del puente de la vía. Recuerdo a mis suegros ir y venir y a los soldados que aprovechaban los permisos de los sábados, hasta las dos de la mañana”. Había autobuses pero no todo el mundo podía costeárselo. Alfonso tiene grabado aquel que hacía viajes de ida y vuelta a la capital con gente que venía al río a bañarse. “Ha sido una playa con agua limpísima que hasta se podía beber. Recuerdo un año, el día de Santiago, cuando vinieron unas 60.000 personas. No se me olvida tampoco la cantidad de personas que se ahogaron en el río. Yo les advertía sobre el peligro de las pozas, que tenían 2 y 3 metros de profundidad, pero no hacían caso. Tuve que sacar a más de uno”.

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De cómo cambió la vida de los pardeños cuando llegaron las bicicletas, las vespas y los coches también ha sido testigo Zufía, quien sonríe cuando recuerda la cantidad de bicis que compraron los pardeños a plazos y la proliferación de vespas por las calles que, después, dejaron paso a los 600. “¡Cómo ha cambiado la vida!”, exclama.

Militares y pardeños comienzan a convivir

Como militar recién llegado a El Pardo, a mediados de los 40 Alfonso empezó a convivir con los pardeños. Para él la convivencia fue excelente y, aunque reconoce que había mucha diferencia social, no le dio importancia y se consideró un vecino más. “Nunca ha habido ningún problema. A nosotros nos llamaban ‘los de los hotelitos’ pero a mí me gustaba jugar a las cartas con los pardeños en el casino, que estaba en la calle Nueva”, comenta. Su hijo Fernando recuerda que sus hermanos y él fueron algo así como un puente de integración con los niños de El Pardo. “Los hijos de los militares iban a Madrid al colegio pero nosotros, no. Yo creo que fuimos los primeros en integrarnos y convivir”, explica.

                

A sus 94 años, Zufía no puede contar con los dedos de sus manos la cantidad de anécdotas que ha vivido en El Pardo. No obstante, reconoce que las más simpáticas sucedieron en su trabajo. Cuando era capitán recibía a las personas que visitaban a Franco en el Palacio y no se le olvida la vez que vino el actor norteamericano James Stewart ni la cara de sorpresa del hermano de un ministro. “El actor llegó vestido de general y es que ¡lo era!. James Stewart era general en la Fuerza Aérea de Estados Unidos y, como tal, visitó a Franco. Otro día no dejé pasar a un hombre porque no tenía autorización y le dejé en la puerta. Al rato salió del palacio su hermano gritando ¡soy ministro!”, recuerda sonriendo.

Alfonso Zufía ha conocido El Pardo de antes y el de ahora. 66 años aquí son muchos, y le dan el privilegio de responder a una pregunta: ‘¿Qué no le gusta del barrio?’ Pero él no duda, al revés, se acerca, sonríe y con un tono de voz más elevado dice tajante “Yo no quito nada de El Pardo. Lo tengo un cariño tan grande, lo encuentro tan bonito y agradable… Esto está de ensueño, tiene un atractivo especial. Es el cielo terrestre”.

 
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