‘Había una vez… un barrio en El Pardo ¡La Casita del Príncipe!’

Desde 1953 y hasta 1965, nuestro vecino Fernando Trenado Corpa vivió en la actual calle Adelina Patti, conocida entonces como ‘La Casita del Príncipe’. Durante aquellos 12 años, su familia convivió con otras ocho, entre las que recuerda a los Reparaz, Sacristán, Gurucharri y Varela.

Fernando nunca ha olvidado esa etapa de su vida, pero fue durante el confinamiento cuando decidió plasmarla en papel. Ahora quiere compartirla con todos los pardeños publicándola en ElPardo.net. “Creo que es bonito que la gente conozca las vivencias de estas familias. Los padres ya no están entre nosotros y algunos hijos aún vivimos en El Pardo. Nuestro barrio ha tenido muchas historias que están ahí, pero no se conocen”, comenta.

CAPÍTULO 1. Los vecinos del barrio de La Casita del Príncipe

“A lo largo de los años, los pueblos tienen sus historias con sus protagonistas. El tiempo pasa, pero hay acontecimientos o recuerdos que siguen presentes en la memoria de las personas y que suelen ser grandes o pequeños. También, otros desaparecen y pasan al olvido y, con ellos, personajes que un día fueron pero que el tiempo ha hecho olvidar. Solamente quedan los nombres o ‘alias’ con los que eran conocidos por aquel entonces.

A veces, volviendo la vista atrás, piensas que aquellos tiempos eran mucho mejores que estos de ahora. Había más humanidad, respeto o convivencia más cercana entre las personas y más comunicación entre todos. Se puede decir que había más acercamiento y alegría, y las familias vivían más unidas. Era una sociedad más humana y cercana.

Voy a narrar cómo viví mi infancia, porque creo que es un bonito recuerdo que merece ser contado y conocido. Ya han pasado muchos años, 55, y todavía tengo imágenes y acontecimientos de aquella época. Me estoy refiriendo a los comienzos de los 50 y finales de los 60. Concretamente, 12 años que comenzaron al llegar a este mundo.

Nací en Madrid en marzo de 1953 y a los pocos días me trajeron a este pueblo, que ahora se denomina barrio. Empecé a convivir con unas familias maravillosas que, con el paso del tiempo, siguen en mi memoria y son recuerdos muy gratos. Cada una tenía su peculiar forma de ser; alegres, normales, algo distantes, pero en el fondo formamos una vecindad muy buena y muy unida entre nosotros.

No estábamos en el centro del pueblo, pero sí relativamente cerca de él. Era una calle con siete pisos. Los cuatro primeros eran bajos, el quinto era un poco mayor y los dos finales estaban compuestos por dos plantas, en las cuales vivían cuatro familias.

Los cinco primeros estaban habitados por las familias Reparaz, Sacristán, Foronda, Herce y Gurucharri. En el primer bajo vivían los Jiménez y por encima, los Cemborain. En el bloque de enfrente estaba la familia Trenado, en el bajo, y los Varela, en el superior.

Las familias:

Familia Repara: El matrimonio compuesto por Juan y Pilar, y los hijos Juan José, Pablo, Carlos, Inés.

Familia Sacristán: El matrimonio Amancio y Jacinta, y los hijos Agustín, Justi y José Luis.

Familia Foronda: El matrimonio Salomé y Manolo, y los hijos Manuel, Juan José, Pilar y Francisco.

Familia Herce: El matrimonio José y Constantina, y los hijos Soledad, Manolo, Goyo, Pepe y las religiosas Corpus (Sor Sagrario) y Lola (Sor María Jesús).

Familia Gurucharri: El matrimonio Ramón y Francisca, y los hijos José María, Pilar, Puy, Maricruz e Irene.

Familia Jiménez: El matrimonio Francisco y Victoria, y la hija María Victoria.

Familia Cemborain: El matrimonio José María y Carmen, y los hijos Paloma y José María.

Familia Varela: El matrimonio Julio y Julia, y los hijos Ramón, Dolores, María del Carmen y Anunciación.

Familia Trenado: El matrimonio Lorenzo y Matilde, y los hijos Lorenzo y yo, Fernando.

CAPÍTULO 2. Las casas del barrio de La Casita del Príncipe

Las familias de las que hablo en el capítulo 1 convivieron durante 12 años y formaron un barrio singular y atractivo. A partir del año 1965 comenzaron a disgregarse por otras zonas de El Pardo o tuvieron que salir a Madrid a seguir sus vidas.

Los padres pasaron al cielo (todavía no tengo claro si Jacinta falleció. Si vive aún, será muy mayor). Respecto a los hijos, formaron sus familias y muchos no viven aquí. Quedarán dos o tres, pero la mayoría están en otros lugares. Tendrán más de 50 o 60 años, y muchos serán abuelos.

Pasando a otro aspecto, el edificio estaba (y sigue estando) rodeado, en la parte posterior, por un gran jardín con sus sendas. En la parte anterior hay unos pequeños jardines con algunas puertas para el paso de los vecinos que viven en la actualidad. Esta calle se llama en la actualidad Adelina Patti. En aquellos años, no sé si tendría otro nombre, pero la conocíamos como ‘La Casita del Príncipe’. Este nombre viene dado por el palacete que hay frente a estos pisos y que es continuo al cuartel ‘El Rey’ de la Guardia Real.

En la parte final del bloque había una parte baja y otra superior con su correspondiente portal bastante amplio, que comunicaba los dos pisos a través de dos escaleras. Voy a intentar explicar cómo era mi casa por aquel entonces. Era amplia, con un salón mayor a la entrada. A mano izquierda, se encontraban el baño y la cocina. Ésta era espaciosa y tenía una puerta que daba acceso al jardín posterior. Había un pasillo que salía del salón a mano izquierda y terminaba con dos dormitorios, uno a la derecha, que era el que ocupaban mis padres, y el otro, a la izquierda, que era el mío y el de mi hermano. En medio de ese pasillo había dos cuartos, uno conocido como el de huéspedes y, en frente de él, el famoso cuarto camilla. Tenía su clásica mesa camilla y era muy acogedor. Allí pasábamos la mayor parte del día. El dormitorio de mis padres estaba compuesto por una cama de matrimonio en el centro y, a ambos lados, la coqueta y el armario ropero, con su mesilla de noche. El nuestro tenía dos camas a ambos lados y, en medio, una mesilla de noche. Enfrente estaba nuestro armario ropero y una ventana, que daba al jardín posterior. Como dije antes, el cuarto camilla era el más acogedor de la casa y donde hacíamos nuestra vida. Estaba la camilla con sus sillas correspondientes y su brasero de carbón, que nos hacía más agradable la estancia en pleno invierno. Si no recuerdo mal, había una especie de aparador. Además, teníamos nuestro aparato de radio encima de una pequeña estantería que nos hacía el día más agradable. Lo hicieron para mi padre y duró muchos años.

Imagen del aspecto que tenía La Casita del Príncipe en el siglo pasado. Enfrente, se ubicaba la zona de la que nos habla Fernando en sus memorias.

Recuerdo cuando nos tuvimos que cambiar a nuestra casa actual. Ahora solo vivo yo allí. Mi padre falleció a los tres años de mudarnos y mi madre, después de 34. Mi hermano se tuvo que ir a Madrid y allí sigue con su familia.

Solamente había un inconveniente en nuestra antigua casa. Era muy fría y tenía algo de humedad en las paredes, porque era el final del edificio y estaba más cerca del río. Aunque había un jardín espacioso que terminaba con el muro de separación, que daba paso a un paseo que todavía hoy existe.

Por aquel entonces, el río Manzanares llevaba más agua que en la actualidad. Era peligroso por sus famosas pozas, que más de una vez se llevaron vidas por delante. El terreno arenoso a veces era una trampa para los bañistas que venían en verano. En aquellos años se hicieron presas que resultaron peligrosas.

CAPÍTULO 3. Así eran los veranos

Nuestro barrio cobraba vida en la estación del verano, debido al gran número de personas que venían a bañarse al río y a pasar el día. Los fines de semana incluso se traían sus bocatas o comidas, y la pradera que teníamos enfrente de nuestras casas se llenaba de matrimonios con hijos pequeños y a veces no tan pequeños, que disfrutaban del baño y del entorno.

En la presa, que era la zona en la cual estábamos nosotros, había un gran gentío dentro del agua. A veces, era imposible entrar y bañarse. Había quienes se daban un chapuzón y salían, otros se pasaban todo el tiempo en el agua, algunos se iban un poco aparte para hacer natación. Los chicos eran revoltosos y con sus juegos en el agua dificultaban el movimiento de los adultos. Hacían chapuzones, aguadillas, saltos desde la presa que no era muy alta… Venían muchas caravanas los fines de semana. Toda clase de personal se daba cita a orillas del río, desde la presa hasta el Puente de los Capuchinos.

Había zonas con una profundidad considerable y peligrosa, debido a las pozas. Éstas eran un peligro para los que no sabían nadar y para los chiquillos, aunque casi siempre estaban vigilados por sus padres o por alguna persona adulta. Hubo bastantes accidentes. Las personas acababan teniendo dificultades y necesitaban de alguno que supiera de primeros auxilios. Muchas veces hubo que recurrir a los vecinos del barrio, a nosotros, para echarles una mano en situaciones complicadas. En ocasiones, tuvimos que llevarles en coche a la Casa de Socorro, que se encontraba en la bajada de la calle Carboneros, para ser atendidos de primeros auxilios.

Hubo cosas más serias, como muertes por ahogamiento. El río tenía su peligro, y los que vivíamos en el barrio ya sabíamos dónde se podía bañar y había que tener cuidado.

La zona era un enjambre de personas que, mayoritariamente, venían a pasar el día a El Pardo y,  de paso, se daban un buen baño. Se traían comida o bocadillos para tener todo al alcance, aunque había veces que recurrían a nosotros para darles lo que necesitaban; alimentos, agua u otra ayuda. Los vecinos éramos muy sociables. Dejábamos nuestras casas para que se cambiaran de ropa, se secaran o para calentar algunas comidas. Había una gran atención por nuestra parte a estas personas.

Cuando la cosa se ponía mala debido a alguna tormenta veraniega, que solían ser fuertes, con gran aparato eléctrico y un buen aguacero, los pobres se tenían que refugiar en nuestros tres portales. Había momentos en los que se llenaban de personas y nuestra caridad hacía ellos se hacía patente. Algunos chavales pequeños se refugiaban en nuestras casas hasta que pasaba la tormenta. La mayoría nos daba las gracias por nuestra gentileza y ayuda. Los dos primeros portales eran los que tenían más concurrencia porque estaban más cerca.  Se puede decir que el estío veraniego era la mejor etapa en nuestro barrio debido a las gentes que se instalaban en nuestro barrio.

CAPÍTULO 4. Los inviernos

La etapa invernal se puede decir que era triste y solitaria, debido a que nos sentíamos un poco solos, aunque nos hacíamos compañía unos y otros. Era una etapa muy desigual. Los chicos, después de volver de la escuela o el colegio, pasaban la mayor parte del tiempo en casa. Los padres, mayoritariamente, en sus trabajos.

Los días eran más cortos. A partir de las diez de la noche ya apenas se veía a nadie en la calle, salvo alguno que terminaba su trabajo un poco tarde. Pero lo más serio era cuando el tiempo se tornaba lluvioso y ventoso. Todos nos teníamos que quedar en casa y ver desde nuestras ventanas cómo caía la lluvia y cómo los árboles movían sus ramas a causa del viento.

Cuando nevaba aquello se convertía en juegos de los chiquillos con la nieve. Andábamos sobre ella, nos tirábamos bolas unos a otros. Algunas madres regañaban a sus hijos para que tuviesen cuidado con la nieve. La mayoría salíamos con nuestras botas y chubasqueros o impermeables y más de una vez volvíamos a casa con la nieve encima. Recuerdo que era bonito ver a los pequeños jugar con la nieve y divertirse. Había veces que nuestros padres tenían que ir a por nosotros porque no parábamos de jugar con las bolas y algunos hacíamos muñecos de nieve que duraban algún tiempo. Eso sí, los catarros o constipados se cogían con facilidad y pasábamos en la cama unos días con cuidado de no contagiar a los demás.

A veces, cuando veníamos del colegio y había charcos por el camino, algunos llegaban a casa con los zapatos y calcetines mojados y las madres tenían discusión con sus hijos. “Mira cómo vienes”, “Cómo te has puesto”, “Ten cuidado”, “Cámbiate de pantalón”… todas esas cosas. Había quien llegaba como sapos. Las regañinas estaban a la orden del día, pero era igual, al día siguiente otra vez lo mismo. Éramos unos chiquillos que lo pasábamos bien, aun sabiendo que cuando llegáramos a casa la íbamos a tener otra vez con mamá.

Niños que vivían en el barrio ‘La Casita del Príncipe de El Pardo’. Foto: Maricruz Gurucharri Jaurrieta.

En ese tiempo, había una cuestecilla con la que teníamos que tener cuidado. Era de tierra y, con la lluvia, era peligrosa bajarla o subirla. Cuando menos te lo esperabas, pisabas mal y te ibas al suelo o te escurrías. ¡Cómo nos poníamos de barro. Era lo más! Yo, cada vez que la tenía que bajar o subir en estas condiciones, me apoyaba en la pared y buscaba cómo hacerlo, puesto que yo tengo dificultad al andar y estos terrenos no eran los mejores en mis circunstancias.   

Aunque convivíamos las nueve familias en el barrio de ‘La Casita del Príncipe’, de vez en cuando, los chicos íbamos a la residencia de la familia Carrère en el Paseo de El Pardo. Con ellos teníamos amistad. Veíamos la televisión y jugábamos con Emilio y Paloma. Era una familia muy acogedora y siempre nos abrían las puertas de su casa. El padre, llamado Luis, era el practicante. Era un buen hombre y muy sencillo. Siempre estaba disponible para los demás. Recuerdo que los sábados por las tardes nos citábamos en su casa para ver la tele. Por aquel entonces, veíamos series de televisión, como Bonanza, los muñecos de Herta Frankel y otras que eran muy famosas por entonces. Solíamos tomar algún bocadillo y refrescos y jugar. Además de la familia Carrère, de en vez en cuando, venían otros chicos con nosotros. Pero, mayoritariamente, éramos los del barrio los que jugábamos y hacíamos muchas cosas.

Todo era muy agradable. Uno, recordando estos momentos, siente algo diferente como una relajación y ganas de volver a aquellos tiempos.

CAPÍTULO 5. Los juegos de los niños y los guateques

¿Cómo era la diversión de la chiquillada del barrio ‘La Casita del Príncipe’ de El Pardo? Se jugaba a las bolas, al fútbol… Las chicas jugaban juntas, aunque había veces que estábamos todos jugando al mismo juego; al escondite, la gallina ciega, etc. También, con nuestras figuras de los comics, como El Capitán Trueno o el Jabato. Eran los personajes de aquel entonces y disfrutábamos mucho. Recuerdo que tenía las tres figuras de los comics, había dos versiones, una era El Capitán Trueno, Goliat y Crispín y la otra, El Jabato, Taurus y Fideo de Mileto. Eran los protagonistas de los tebeos que más se leían.

Eran juegos simples y amenos. Pero había otros que no lo eran tanto. Cuando jugábamos a las peleas, casi siempre había algún accidentado y alguna que otra madre enfadada y discutiendo. Cuando un padre se enteraba, la cosa se ponía peor. A veces, el cabreo duraba poco y otras, se pasaban demasiado tiempo sin hablarse.

En las noches de verano, los vecinos hacían sus cenas en los patios e incluso había quien compartía. Yo recuerdo que sacábamos las mesas y sillas, y había cenas muy buenas en las que había de todo; tortillas españolas, jamones serranos, pescados, botes de mejillones, sardinas, bebidas, refrescos… Algunos familiares participaban de ellas. Venían a pasar el día y terminábamos cenando en el patio. En ocasiones, pasaban la noche en nuestras casas, e incluso un fin de semana y se iban el domingo al anochecer.

Foto de Ángel Muñoz y Miguel Crespo, cedida a la página de Facebook ‘ElPardomipueblo’

Hay que hablar de los famosos ‘guateques juveniles’, en los cuales toda la muchachada hacía unas reuniones muy concurridas. En ellas, también participaban otros jóvenes de El Pardo. La ‘fiestorra’ incluía música con los famosos ‘tocatas’ y los discos. Se formaba una discoteca ‘muy favorecida’. Era un jolgorio por todo lo alto; aunque a algunos padres no les gustaba el ruido o lo que hacíamos, pero tenían que aceptarlo y alejarse un poco. No estaban acostumbrados a ello, su juventud había sido de otra manera y no nos entendían. Algún mayor, que tenía un espíritu más juvenil, se apuntaba. Eso sí, teníamos que tener mucho cuidado con algunas formas de movernos, porque había cosas que no estaban bien vistas. Por ejemplo, los abrazos entre chicos y chicas, algún acercamiento, la bebida, las formas de vestir… Casi siempre terminaba bien la ‘guatecada’ y cada uno a su casa a descansar. Aquello se queda para siempre.

**Estos han sido mis recuerdos de los años de mi infancia. Aquí los dejo como un bello recuerdo, cuando voy camino de los 70 años.

He querido dejar constancia de que en El Pardo ha habido un barrio muy peculiar y de feliz recuerdo para este que lo suscribe. ¡Ojalá estos recuerdos salieran más al conocimiento de las personas!**

F. Trenado

*Descárgate aquí la carta de agradecimiento de Fernando Trenado Corpa a los pardeños y a ElPardo.net.

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